Sé, nunca falla, el universo está mi favor,
y es tan mágico."
Gustavo Cerati
Ahmed subió a la nave como todos los días. Miró aterrado a su alrededor. ¿Cual sería la reacción de esas personas al verlo llevar a cabo lo que tenía planeado? Desde muy pequeño había sido educado en los principios y valores de sus padres. El se sentía preparado aunque persistía su preocupación por los resultados de su accionar. ¿Cómo sería juzado por una sociedad cuya religión era lo superficial, el consumismo , el MP10 a todo volumen para no pensar? Él sabía las maravillas que lo esperaban en ese otro mundo que podía ser miles de mundos. Sus padres le habían contado sobre seres fantásticos para compartir aventuras, para celebrar su valentía y heroísmo. A lo mejor, ¿porque no? tambien surgirían muchas preguntas como un nuevo punto de partida. Una cosa era segura, una vez que ingresara a ese universo nunca mas sería el mismo , algo dentro suyo habría cambiado para siempre.
Uno a uno, sus ojos se posaron sobre los demás pasajeros de la nave. Por alguna razón todos parecian estar observándolo,como si hubieran notado su ansiedad. ¿Estaría volviéndose un poco paranoico? En la última fila de asientos un anciano cabeceaba y de vez en cuando volvía en sí murmurando conjuros ininteligibles. Dos adolescentes sentados justo detrás de Ahmed vestían el mismo uniforme escolar y no era la primera vez que los veía viajar juntos por lo que supuso eran amigos. Sin embargo, permanecían en silencio y con la mirada perdida, cada uno escuchando su propia música. El resto de los pasajeros parecían simplemente zombies conformes con el sonido de la nave, una canción relajante que invitaba a la apatía y la inacción.
Ahmed tuvo miedo, sintió el sudor en su cuerpo como presagio de lo que estaba por suceder. Cerró los ojos, pensó en sus padres y olvidando todo prejuicio cobró coraje. Abrió su mochila y de entre tantos artefactos digitales tomó uno que sobrevivía tercamente a los cambios. Disimuladamente lo sintió deslizarse entre sus manos como si fueran las manos arrugadas de su propio abuelo. Echó un último vistazo a su alrededor casi como despedida a esa realidad que pronto le sería ajena y comenzó a leer.
Paulo Prella
Uno a uno, sus ojos se posaron sobre los demás pasajeros de la nave. Por alguna razón todos parecian estar observándolo,como si hubieran notado su ansiedad. ¿Estaría volviéndose un poco paranoico? En la última fila de asientos un anciano cabeceaba y de vez en cuando volvía en sí murmurando conjuros ininteligibles. Dos adolescentes sentados justo detrás de Ahmed vestían el mismo uniforme escolar y no era la primera vez que los veía viajar juntos por lo que supuso eran amigos. Sin embargo, permanecían en silencio y con la mirada perdida, cada uno escuchando su propia música. El resto de los pasajeros parecían simplemente zombies conformes con el sonido de la nave, una canción relajante que invitaba a la apatía y la inacción.
Ahmed tuvo miedo, sintió el sudor en su cuerpo como presagio de lo que estaba por suceder. Cerró los ojos, pensó en sus padres y olvidando todo prejuicio cobró coraje. Abrió su mochila y de entre tantos artefactos digitales tomó uno que sobrevivía tercamente a los cambios. Disimuladamente lo sintió deslizarse entre sus manos como si fueran las manos arrugadas de su propio abuelo. Echó un último vistazo a su alrededor casi como despedida a esa realidad que pronto le sería ajena y comenzó a leer.
Paulo Prella
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